Porque este monstruo representa, es claro, nuestras tendencias perversas y homicidas; tendencias que, nos parece siempre, aspiran a gozar, liberadas, de una vida propia. De acuerdo con Vax, en las narraciones fantásticas, el monstruo y la víctima son la representación de una dicotomía de nuestro ser; así como de la inquietud inconfesable que ello nos inspira.[1] Pero no por muy horroroso que sea que el hecho de que el monstruo vive adentro de nosotros es menos cierto. Por ello, el arte fantástico, que como señala Vax, vincula las ciencias ocultas con el arte, el saber y la emoción, exige un publico cultivado, como también señalaba Lovecraft; público que en realidad es menos crédulo, pero puede experimentar un goce estético mucho mayor de lo fantástico,[2] porque reconoce lo que de verdadero hay toda esa fabulación que a otros parece no más que vana ficción. Así,

El ‘más allá’ de lo fantástico en realidad está muy próximo; y cuando se revela, en los seres civilizados que pretendemos ser, una tendencia inaceptable para la razón, nos horrorizamos como si se trata de algo tan ajeno a nosotros que lo creemos venido del más allá. (…) El monstruo atraviesa los muros y nos alcanza donde quiera que estemos; nada más natural, puesto que el monstruo está en nosotros. Ya se había deslizado en más íntimo se nuestro ser, cuando fingíamos creerlo fuera de nuestra existencia.[3]

La expresión de lo fantástico, pues, nos produce estremecimiento por la irrupción de la alteridad que con sus formas imprevisibles nos señala que lo que consideramos real es también capaz de disolverse. El vampiro cimbra las nociones estructurales capitales de la civilización y reúne en sí dicotomías que parecen imposibles: tan sólo su mera existencia, reunión de la vida y la muerte, aparece como una paradoja insoluble. El vampiro es, como hemos visto, una amenaza a los órdenes natural, social y religioso. El vampiro trastorna toda ciencia humana y excede el ámbito de las seguridades oficiales. Y en ello radica su poderío como símbolo. Así es como lo fantástico cumple entonces su función de confundir lo conocido y lo desconocido para problematizar sobre la realidad y la arbitrariedad de nuestro conocimiento del mundo, de plantar la duda acerca de la seguridad del hombre con respecto a lo que conoce, incidiendo en la anomalía que revela el desorden ante la experiencia del mundo, instaurando una visión más amplia al mostrarnos lo que está oculto al conocimiento cotidiano: el vampiro literario nos lleva al terreno del milagro, de la resurrección de los cuerpos, de las fuerzas ocultas del mundo y del sueño, de la trasmisión psíquica del pensamiento, de la magia natural y otras realidades que el conocimiento humano hegemónico está reticente a aceptar. Recuerda lo difícil que es delimitar lo cierto de lo incierto, así como la fragilidad de los conceptos de verdad y realidad; y es así que se convierte en una interrogación acerca de las fronteras de lo humano. Y es que la función más importante y sostenida de lo fantástico “es recordar que el orden siempre es provisorio y parcial, que las palabras de la razón nunca son definitivas y que, por tanto, todo discurso sobre la realidad está vinculado inexorablemente a algún principio de irrealidad.”[4] En todo ello trasluce la función desafiante de la imaginación humana, que niega, trasgrede y trasforma la realidad creando una nueva realidad, acaso más vasta y más habitable. No olvidemos nunca que, como sucedió en la antigüedad, hay personas en la actualidad, rústicas y cultivadas, que creen en la existencia concreta del vampirismo; y que antes hubo y todavía hay personas que dicen ser vampiros y realmente lo creen así.

            El vampiro es un enorme símbolo de la otredad. Aquella oscura alteridad que reluce en lo siniestro de la existencia. Y es en la literatura donde su aspecto siniestro se revela en una dimensión que alcanza cuotas altísimas de cualidad artística. Como hecho atisbado, el vampirismo aglutina algunos de los efectos siniestros más perturbadores para la especie humana: la dimensión espectral, el tema del doble, la maldad humana que se realiza con la ayuda de fuerzas particulares, la disolución de la frontera entre la fantasía y la realidad. Luego de sumergirnos en el vampirismo literario, acaso presentimos que hay algo de verdad en todo aquello pues llegamos a considerar con el espíritu que el tema posee una lógica innegable que se comunica con lo más profundo de nuestra vida vegetativa. Entonces, nos podemos llegar a convencer, aunque sea por puro placer estético, que el vampirismo es muy real. Umberto Eco nos que dice el vampirismo es un hecho siniestro muy conocido (yo diría que uno de los hechos siniestros por excelencia), que provoca angustia no tanto por su manifestación animal, lo que producirá simplemente miedo, sino por que no llegamos a tener plena certeza de él y sí solamente su gran sospecha.[5]


[1] Vax, Louis: Arte y literatura fantásticas. Eudeba: Buenos Aires, p. 11

[2] Ibídem, p. 13

[3] Ídem

[4] Arán Pampa, Olga (1999): El fantástico literario. Naravaja: Córdova, p. 123

[5] Eco, Humberto (2007): Historia de la fealdad. Random House Mondadori: Barcelona, p. 322