El travesti abre la ventana de su cuarto
y se ofrece a las miradas.
Pinta en sus labios, ante un espejo cortado,
la vagina roja y palpitante
que no tiene.
Corre hacia arriba sus medias negras,
peina sus cabellos oxigenados.

Se asemeja a una burda muñeca inflable:
kilogramos de pintura, extensiones capilares,
uñas de acrílico, senos de goma,
tacones con punta de aguja…
cinta de unir en el corazón.

Y de pronto, el cuarto se ilumina
como por un poderoso reflector
lo mismo que un foro de televisión;
y el vacío se repleta de diálogos inventados
en el bullicio de una corte
donde todos son como… ¿él?

Y sale al fin contoneándose del cuarto apretado
donde nadie lo espera.