Junto al basurero, hay una tienda
de plásticos y maderos
que no alcanza a cubrir de sol ni lluvia.
Sus paredes oscilan con el viento.
Apenas un primitivo recoveco
para no dormir a la intemperie
y recogerse un poco lejos de las alimañas.

Sus muebles son cajas de cartón
y algún hierro retorcido donde colgar la ropa.

Apenas cabe uno de pie; y sus habitantes
se debaten en la incomodidad
de un aire de olores prisioneros
y huecos por donde se cuela la luz quemante,
la persistente gotera que moja las ropas de dormir
e inunda los sueños de tristeza.

Se fugan por ahí los días cuyo solo beneficio
es nueva chatarra arrancada al basural.

¡Qué horror repentino (mi mente yendo a habitar allí,
compartiendo esos mismos cacharros),
por lo que debería ser una casa y no lo es!