Así como de un huevo cerrado y podrido se ignora su fetidez, así se ignora la corrupción del corazón del hombre: sólo sabe hacer la guerra, el exterminio. Sólo sabe pasar por florestas si es arrasándolas. Su corazón: continente del pecado, de un espíritu equívoco que se arroja, sin miramiento, a la ambición más ignominiosa. Oh, materia de extravíos que lo separan cada vez más del mundo.
Un nefasto plomo erige su arquitectura. Un cuchillo se extiende, tan naturalmente, de su brazo hacia su proximidad.
Aborto de la divinidad– espejo que Dios maldijo y letrina de Satán–, cada acto suyo lo inclina hacia el suelo.
Duerme con fantasmas. En el templo del odio sacrifica la vida por quimeras, algo menor aún que la ceniza. Se vende sin regatear al homicida: carne y tuétanos tienen un valor igual a nada. Y lame el fusil que lo aniquilará.
Ah, y si canta, canta sólo una fantasía hueca. Su miseria y desesperación son dos abismos que no conocerán algún día fondo.