Viajó kilómetros para asistir a una universidad
que en la primera clase lo decepcionó.
No tiene mejor opción
que padecer la distancia, el anónimo dormitorio
amueblado con sólo un colchón orinado y con chinches,
una mesa destartalada
y una parrilla eléctrica para parcos bocados.

Comparte el baño con muchos
y ve su champú reducirse a causa del hurto.
Pide fiado en la tienda y lo miran con recelo.

Sin quejas, espera anheloso la remesa de sus padres
que no alcanza. Menos
para una abrigadora chamarra.
Hoy ha desayunado solo un mal café
y un cigarro suelto. Se calienta al sol del patio escolar.

Se desvela memorizando estériles datos.
No sabe aún que graduarse
no significa siempre mejor vida:
a lo sumo otro papel para engrosar burocracias.
Quizá algún puesto menor encarnizado
donde la rutina sigue siendo dolor.

Que el mundo no cambia, jamás, por estudiarlo.