El mundo es la más magnífica trituradora.
Cada vez, con renovados bríos,
tocamos un rincón de la humanidad;
ese sarcasmo bendito
que ilumina la tiniebla
y propone un sentido que, negativo,
es el único posible.
Soy para que me asesines
y abandones mi cadáver
en cualquier basurero, cuando te plazca.
Estoy enfermo del mundo.
Deseo despertar
en un regazo ardiente como horno
y nunca más salir de allí.
Y que ese centro sea el centro del universo,
habitado sólo por mí,
sin necesidad,
sin carencia.