Corredores salvajes es un libro de prosas del prolífico escritor mexicano Rubenski Pereira, conocido así en el medio literario, quien adoptó este pseudónimo desde que el desaparecido y famoso narrador Guillermo Samperio, quien fue su amigo, lo llamara así cariñosamente: Rubenski. El libro que nos ocupa llega ya a su venturosa segunda edición a cargo de OmniScriptum, en España, recientemente, lo cual celebramos. La primera edición también se publicó en España, en 2016, por Luhu.

            En palabras de Jaime Luis Albores Téllez en este volumen “los
personajes habitan mundos oscuros, inciertos, producidos por su psique en situaciones de
desesperanza: el no tener trabajo, miedo al futuro, hambre, desamor, etcétera. […] Además, el autor nos muestra con sus historias una mirada sórdida sobre lo ridículo que puede ser
la condición de los humanos ante los acontecimientos de un mundo obsesionado por el poder en todas las formas.” Se trata de 16 textos que van del cuento propiamente dicho, a la prosa lírica, la estampa dramática, el relato y otras formas prosísticas, mostrando una rica diversidad, partiendo del texto breve hasta llegar a los de más largo aliento hacia el final del libro.

            Es difícil aglutinar en unos pocos adjetivos la pluralidad presentada en este libro, por lo que enunciaremos algunas características presentadas en este u otro texto presentado. Algunos tienen aires góticos, como el caso de “Laura”, el relato que abre el libro. Otros son visiones de exceso, locura y delirio, de ritmo acelerado. En otros destella un lirismo muy propio del autor y que guarda metatextualidades con sus libros de poesía publicados, como el caso de “Adentro”. Es interesante notar cómo la metatextualidad se da también en el juego de usarse a sí mismo como personaje dentro de sus historias: “la locura desbocada en una tarde de silencios. Escribe, Rubenski, escribe, dale a la máquina, aporréala”, lo que puede recordar, por ejemplo, a su novela Hoyos funky, ganadora del premio Ethel el año pasado. Rubenski, personificado aparece también en otros momentos: y es que el tema del doble es otro de los conceptos nodales de la obra. Pero en todo caso, el desenfreno que es una de las notas características de la escritura en general del autor sigue estando presente en diversos y significativos momentos: “morderme los puños, golpear la pared hasta que sangre mi cabeza”.

  Lo anormal foucaultiano aparece aquí y allá a lo largo de las páginas en seres crueles, asesinos despiadados que incluso son apenas niños, drogadictos, vagabundos, caníbales, sádicos, locos que parecen encontrar “el principio del placer dentro de la pulsión del fin”.  Estos seres perversos tendrían acaso entendida la transgresión y la violencia como formas de conocimiento. Cito por extenso un fragmento del texto “Nocturno de los asesinos” donde estos rasgos relucen en todo su esplendor: “Se abre el telón y aparece una prostituta. Está colgada de los pies, atada a una estructura metálica. Se corre más el telón y aparecen los vagabundos. Quitan el telón y aparecen más prostitutas y más vagabundos colgados por los pies. Es hermoso, los ojos se les llenan de lágrimas. Después de un tiempo de contemplar la escena los espectadores enfrentan su locura. Los infantes se dirigen con afilados cuchillos a cortarles la garganta, y la sangre beben. Estuvieron un rato así, bebiendo. El público toma cerveza. Se vuelve a cerrar el telón y se vuelve a abrir inmediatamente. El espectáculo es profundo. Las cabezas de las víctimas y sus cuerpos están en llamas, calcinándose.”

  Y es que en el mundo hay muchos seres hechos para dar y/o recibir la muerte y este libro nos lo recuerda, porque, como escribe el algún momento el autor, “Algo adentro de nosotros nos devora”. En este sentido, cobra relevancia la reescritura estrambótica que Rubenski hace de Mr. Hyde, el célebre personaje de Louis Stevenson, quien da “Rienda suelta a placeres de todo tipo, al desenfreno del ‘ello’ y de las aventuras que navegan en la inmundicia, en la maravillosa falta de conciencia al desatar el fuego” y es capaz de afirmar: “no tengo freno moral, no me importa nada, puedo tundir a palos a una criada o a una señora de la alta diplomacia”. Otra reescritura notable es la que hace de Lilith, la primera mujer de Adán convertida en un ser nocturno o vampírico según la mitología hebraica, en el cuento “Bajo el sexo de Caín”, un texto donde la rebeldía es contra Dios mismo.

            No obstante cierta dosis de onirismo en algunas prosas, en otras, ya al final del libro, destaca el carácter coloquial, directo, con una alta dosis de erotismo explícito muy emparentado con la el tipo de escritura sexual hecha por Henry Miller, George Bataille o Guillaum Apollinaire. Cito: “Se desabrochó el sostén y yo no tardé en bajarle las pantaletas. Paré sus nalgas sobre la cama, puse un condón en la punta y lo desenrollé a lo largo. Se la metí bien adentro, buscando lo mejor, y ella gimió como lunática. Luego, seguí dándole un largo rato, después cambiamos de posición y puse sus pantorrillas en mis hombros y me la seguí jodiendo por más de una hora hasta que me vine en su cara”.

            Habría mucha riqueza más que atestiguar, imposible de consignarse toda en una reseña periodística. Queremos que el lector quede picado con esta probadita. Siendo así, tenga la seguridad de que en este libro encontrará variedad y densidad de estilos, motivos, referencias literarias, y mucho material con el que solazarse, discutir y nutrir su imaginación a través del contagio por magia simpatética que nos hace el buen Rubenksi Pereira.