La amargura de tu cuerpo es dulce.

La mañana contra el mundo
parece fácil de ganar, si te riegas en la sangre
como un dios bueno
que desea que el guerrero permanezca alerta
hasta el fin del día.

El vicio de ti es amante;
necesario para estas apatías
que vamos tropezando con nuestra fatiga
y bostezando en el minuto de la precaria,
volátil satisfacción.

Mueves mis dedos con más seguridad
al escribir el orbe triste
en que te ofreces en medio de los páramos:
compañero que motiva a andar
sin querer morir en el trayecto.