Al espejo. Al espejo otra vez.
La que era tu piel de durazno
es ahora un lienzo grasoso
donde cunden volcanes de sebo aquí y después.
Su tersura ha cedido el paso a una rugosidad irritada,
irritante, infecta y un tanto asquerosa
donde quedarán poros abiertos como cráteres lunares.
Eres un adolescente
y te confunde esa envoltura invisible y asombrosa
que es la edad de las vertiginosas permutas corporales;
ese ajetreo incansable de hormonas y humores.
Eres un adolescente y miras al espejo
la deformación que sufre paulatinamente tu rostro:
es ahora hábitat de bacterias
lo mismo que un caldo de cultivo.
Eres un adolescente al fin
y adoleces.