No defiendo a los otros
y a veces me escudo en ellos.
Me delatan dos o tres gritos ahogados.

Camino a prisa.
Bebo amargura. Y es
cada tarde un túnel de luces inciertas
en que voy silbando mi delirio.

Giro como calidoscopio de sombras
cuando se vierte
un grano más de sal
sobre la herida de mi nacimiento.

Aunque te amara, el mundo
seguiría comunicando el mismo dolor,
como si nada.